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Trekking con causa diciembre 5, 2018 5 min.

Durante catorce días seguí con mi lente a un grupo de siete entusiastas que buscaban acreditarse como Guías de Turismo de Naturaleza en un formato único: una expedición de 14 días de aprendizaje vivencial, saliendo del aula y adentrándose en uno de los hábitats naturales mejor cuidados del país, la Reserva de la Biosfera El Triunfo, sitio mágico de quetzales, nauyacas, comunidades cafetaleras y paisajes remotos. Lo que lograron, sin embargo, fue algo más amplio e inesperado: un entendimiento profundo de la interrelación de los humanos con su medio ambiente.

Antes de adentrarnos a El Triunfo, la primera parada fue la cascada El Aguacero, en la Reserva de la Biosfera Selva El Ocote. A un costado de la cascada, Mau, el director de La Mano del Mono, una de los organizaciones creadora de la expedición, instruyeron las dos primeras capacitaciones: rcp y Primeros Auxilios en Localidades Remotas. Entre el sol, la repentina lluvia torrencial y los simulacros de mordedura de nauyaca –serpiente llamada así en náhuatl por sus “cuatro narices”: nahui, yácatl–, el inicio de la aventura estableció un paso intenso y emocionante que se mantendría en los días siguientes.

Completado el aprendizaje de atención de emergencias médicas, nos acercamos al mundo del café en la zona de amortiguamiento de la Reserva de la Biósfera de El Triunfo, donde se hizo la segunda parte, con cursos para ser guías en la naturaleza pero a través del intercambio con las comunidades.

La Comon Yaj Noptic, una cooperativa cafetalera chiapaneca, sirvió como centro de operaciones en adelante. Norman, líder de la división mexicana de la organización internacional Outward Bound, parte de los organizadores de la certificación, se encargaba de la complicada logística para adentrarse en un lugar tan delicado como El Triunfo. Cada aspecto sería minuciosamente preparado, desde cómo empacar una mochila y dividir la comida hasta cómo caminar correctamente en la montaña: los alumnos tenían que comprender y replicar estos preparativos, es decir, “aprender haciendo”.

Cada mañana, un aroma tostado y dulce, con notas frutales, inundaba los dormitorios para despertar al grupo. “Café orgánico de sombra”, decía la gente de la Comon mientras lo ofrecía, junto con pan dulce, a los desmañanados aventureros.

Así lo pudimos comprobar, días más tarde, al verlo crecer en la Finca Cuxtepec, en las inmediaciones de El Triunfo, pues las plantas crecen al abrigo de los enormes árboles del bosque de niebla. Un camión de redilas, repleto de mochilas, víveres y personas, trasladó la expedición a través de la Sierra Madre, siguiendo terracerías sinuosas hasta la cima de un cerro cercano, a casa de don Lico, el presidente de Yaj Noptic, un hombre robusto y pausado quien recibió al grupo con una sonrisa de oreja a oreja mientras despulpaba montañas de frutos de café. Uno a uno, les fueron revelando los secretos de su procesamiento: despulpe, fermentación y secado en una explanada; cultivo y pizca en los alrededores, a la sombra del bosque; incluso la cata del producto final ocurrió en compañía de don Lico, cuyo rudo aspecto campirano ocultaba un refinado y exquisito paladar.

Encuentro con el ave sagrada

Un delicioso café y un fuerte abrazo nos despidieron. Tras abordar otro camión de redilas y esforzarnos en una empinada caminata de varias horas, logramos entrar al corazón de El Triunfo. Migue, guía local y ávido pajarero que nos acompañaba desde la Comon, nos condujo hasta el Campamento Quetzal, una de las zonas núcleo de la Reserva. En un pequeño claro de pasto, como una isla en un mar de árboles, se decidió montar el campamento. Súbitamente, el bullicio habitual que se genera al armar tiendas de campaña dio paso a un sepulcral silencio, comandado por Migue, pues su oído finísimo había detectado la cercana presencia de quetzales.

El quetzal es un animal rodeado por el sigilo. Altamente sensibles a cualquier tipo de alteración en su entorno, es casi imposible verlos sin pasarse varios días en un escondite camuflado. Boquiabiertos, los guías en potencia y yo quedamos sin palabras cuando dos quetzales machos, con sus interminables colas serpenteantes, cruzaron volando la claraboya entre los árboles, persiguiendo a una hembra. Primer día dentro de la reserva, a solo 15 metros de las tiendas de campaña, avistamos quetzales… ¿Qué es esto sino el regalo de una gran aventura?

En la cima, el descubrimiento

Llevar a cabo la excursión a la cima del Cerro Quetzal, el punto más alto a la redonda, fue una tarea intimidante. Los senderos, casi inexistentes, fueron sustituidos rápidamente por resbalosas laderas de hojarasca. Un encuentro cercano con la muerte, en el que un distraído aventurero estuvo a punto de recargarse en una nauyaca, mantuvo al grupo alerta. Más arriba, cerca de la cima, la niebla que iba y venía como una persistente marea impedía mirar más que unos cuantos metros en derredor. La Reserva parecía mandar un mensaje: quizás este no era sitio apto para los seres humanos.

No fue sino hasta la parte más alta del cerro que el grupo entendió lo que El Triunfo trataba de decir. Entre la espesa maleza, bromelias y orquídeas comenzaron a indicar un cambio en la vegetación, que dio paso a un claro en la punta de la montaña. La niebla se detuvo, apaciguada, esfumándose lentamente para revelar una vista sobrecogedora: montañas y valles y más montañas y más valles, tantos como es posible imaginar. Poco a poco, nos fuimos sentando, conmovidos por la experiencia. Abajo, a lo lejos, se veía una pequeña comunidad cafetalera, distribuida alrededor de un río, cuyo origen se podía trazar hasta un pequeño riachuelo que habíamos saltado en el camino. Un silencio compartido hizo que cada uno de los guías se descubriera como un cómplice: consigo mismo, entre ellos y con la naturaleza. Ese era el mensaje que El Triunfo nos reservaba. Podemos coexistir, dependiendo uno del otro, como la minúscula comunidad cafetalera lo hace con el pequeño riachuelo o el quetzal con el silencio para dar su espectáculo. Incluso la nauyaca y el explorador, temerosos uno del otro, pueden vivir en armonía. La lección más valiosa de la certificación no había venido de un aspecto técnico o un salón de clases, sino de la experiencia que habían vivido.

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