Brooklyn Nine-Nine. La policía que el mundo necesita
Cierta tarde de Comic-Con 2018, cientos, quizá miles de personas trataban de entrar a un modesto salón del Hotel Hilton, en el que se presentaría el elenco de Brooklyn Nine-Nine. Abrumados por la cantidad de gente, el staff de la convención llamó a seguridad para desalojar a quienes no pudieron ingresar al panel de la serie. Nosotros, con las habilidades de detective que Jake Peralta y sus colegas nos han enseñado a lo largo de seis años, logramos colarnos. Pasaron pocos minutos para que las luces de la sala se apagaran y los gritos y aplausos resonaran. Esa noche, Brooklyn Nine-Nine aparecía por primera vez en Comic-Con y su elenco lo hacía como verdaderas estrellas de rock, gracias al cariño desmedido de un público que los salvó de la muerte. El pasado 10 de mayo, Fox anunció su tradicional lista negra de series que serían canceladas. Sorpresivamente, el exitoso
show de la comisaría comandada por el capitán Raymond Holt (Andre Braugher) era uno de ellos. “Pero luego el Internet explotó”, dijo Melissa Fumero –quien da vida a Amy Santiago– en el panel. Incontables publicaciones en redes sociales demostraron que la serie tenía una gran cantidad de fans –entre ellos, Mark Hamill, Guillermo del Toro y Lin-Manuel Miranda– que no estaban dispuestos a permitir su cancelación. Ese amor, en su mayoría, se debe a la representación que el show le ha dado a su público en la pantalla. Aquí, el ensamble protagonista es formado por personas de raza negra, latinos, judíos y gays; es decir, funciona como un espejo de la realidad no sólo de Brooklyn, sino del mundo.
Salvada de la muerte por el amor de su público, Brooklyn Nine-Nine volverá pronto a través de la señal de NBC. Después de todo, el cariño por esta serie es enorme, no sólo en EE. UU., o San Diego, sino en todo el mundo. Tanto, que puede sentirse a kilómetros de distancia. Y sí, ésta última frase podría ser el nombre de tu sex tape…
One day at time. El amor inquebrantable de la familia
icen que hacer llorar al público es mucho más fácil que hacerlo reír. Provocar en la audiencia ambas emociones y casi al mismo tiempo es, por lo tanto, toda una hazaña. En 2017, Netflix estrenó una serie con la que se demostró a sí misma que también podía hacer una sitcom tradicional (The Ranch, su otra incursión en el formato, no ha logrado despegar del todo). One Day at a Time llegó como otras tantas historias del gigante del streaming: sin hacer mucho ruido y sin llamar tanto la atención. Al tratarse de una familia de cubanos en EE. UU., esa mesura se rompería en segundos: con el escándalo de las risas, la música, las tradiciones y de todo aquello que identifica a la comunidad latina en aquella nación, este show se convirtió poco a poco en uno de los favoritos de la audiencia.
Basada en la exitosa serie homónima de 1975 –producida por Norman Lear– One Day at a Time ha sido renovada para una tercera temporada, aún sin fecha de estreno. Su éxito –que le ha dado al productor un jugoso contrato con NBC– es gracias a que se abordan temas como la migración, la homosexualidad, las familias separadas por la guerra, los padres ausentes, el control de armas, la discriminación y de todos aquellos problemas que sufren a diario quienes decidieron emprender un viaje sin regreso a la nación de Donald Trump. Rita Moreno, Justina Machado, Isabella Gomez y Marcel Ruiz encabezan un elenco capaz de hacernos sonreír y llorar con una historia que nos demuestra que, pese a todo, no hay nada más poderoso que el amor de la familia.
Las chicas del cable
La televisión norteamericana tiene un rol fundamental en la exploración de la lucha feminista, pero ha batallado a la hora de lograr que países con pasados más complejos se identifiquen con sus historias. Tal es el caso de España, una nación pionera en la educación y el voto femenino europeo, cuyos avances en los primeros años del siglo XX fueron interrumpidos con el ascenso de la dictadura. Tuvieron que esperar hasta los 70 para ser retomados.
Algunos de estos sucesos han sido relatados por diferentes series ibéricas, pero ninguna de forma tan global como Las chicas del cable. El show de Netflix presenta a cuatro mujeres de los años 20 que intentan progresar personal y profesionalmente, en un mundo labrado por los hombres. Para lograrlo enfrentan toda clase de obstáculos, que van desde los viejos estereotipos hasta la homofobia. Los retos prometen incrementar con el estreno de una tercera temporada ambientada en los 30, cada vez más cerca de la guerra civil española.
Aunque ha pasado casi un siglo de los hechos retratados en el proyecto, éste tiene diversos elementos contemporáneos que demuestran que aún quedan muchos asuntos por resolver.
“Hemos conseguido una barbaridad de cosas. Eso no quita que falten otras”, aseguró Blanca Suárez, protagonista de la serie, en entrevista con Eslang. “Las chicas del cable está teñida de feminismo porque se ambienta en una época en la que las mujeres no tenían absolutamente ningún derecho, y sirve de recordatorio de cómo era la lucha de nuestras predecesoras para lograr que hoy nosotras podamos estar aquí trabajando. No es una serie para mujeres, es una serie liderada por mujeres”.
Mayans MC. No es la versión latina de Sons of Anarchy
El club de motociclistas mexicano-estadounidenses que alguna vez rivalizaron con los Hijos de la Anarquía tiene por fin su propia serie. Situada dos años después de lo ocurrido en el final de Sons of Anarchy, este spin-off se centrará en el personaje de Ezekiel Reyes (J.D. Pardo), quien, recién salido de prisión, buscará unirse a los Mayans para concretar una venganza.
Sin embargo, la serie será completamente autónoma. “Queremos respetar de dónde venimos y a los fans y balancear eso con un show que es original y diferente: que no se sintiera como la ‘versión latina’ de Sons of Anarchy”, dijo recientemente Kurt Stutter, creador de ambas series, durante un panel en el ATX Television Festival en Texas. “Sons siempre estará ahí, pero Mayans será su propia cosa”.
Ambientada en la frontera entre México y Estados Unidos, la serie se ha visto influida de forma indirecta por lo que sucede en la política actual. Stutter quería asegurarse de representar de forma correcta el contexto cultural y social, así que contrató como escritor a Elgin James, cineasta de raza mixta que experimentó la violencia callejera en el pasado y que fue miembro de la FSU (Friends Stand United), considerada una pandilla. “Fui muy consciente de que un tipo blanco de Nueva Jersey no debía de estar escribiendo solo un show que toma lugar en una subcultura latina. Y no tiene que ver con lo políticamente correcto, sino con lo que tenía sentido desde un punto de vista creativo”, dijo en el evento de la Asociación de Críticos de Televisión.
Dear white people. Estimado mundo, pon atención
Vivimos en un presente lleno de injusticias, cinismo, enojo y desigualdad. Uno en el que la gente actúa de una forma a veces tan alejada del sentido común que, después de denunciarla, lo único que queda es reírse. Justin Simien parece entender eso: el creador ofrece en Dear White People –adaptación televisiva de su multipremiada ópera prima– un espejo a una sociedad multicultural que vive en eterna negación sobre lo incómoda que se siente con esa multiculturalidad. Además, la serie es hilarante.
Dear White People está situada en el centro del más exclusivo privilegio norteamericano: las universidades privadas de la llamada Ivy League. Ahí, el programa sigue a la comunidad afroamericana, así como la lucha diaria contra el racismo institucionalizado y el oído sordo que la administración les muestra.
Este microcosmos está lleno de respuestas siempre perfectamente articuladas, parodias cinematográficas y personajes construidos con una meticulosa profundidad, pero el verdadero triunfo de Dear White People es que no sólo funciona como un espejo de una nación como Estados Unidos. En él también se puede ver cualquier comunidad en la que convivan personas con pasados, historias y vidas diferentes. O lo que es lo mismo, el mundo.
This is us. El poder de la catarsis
¿Qué sería de la vida sin un poco de dolor? En mayor o menor medida, todos hemos sido embestidos por momentos que nos tiran al suelo y nos tratan de derrotar. ¿Qué tiene de encantador un show que nos parte el corazón en cada uno de sus episodios? “This Is Us es como la vida real”, le dijo el creador del show Dan Fogelman a The Hollywood Reporter, poco después del éxito de la primera temporada entre el público y la crítica.
A lo largo de dos temporadas transmitidas en México por la señal de FOX, This Is Us nos ha mostrado una historia en dos épocas distintas. La primera sigue a Milo Ventimiglia y a Mandy Moore en su vida de pareja y lo que ocurre tras el nacimiento de sus trillizos. La segunda corre a cargo de este trío en su vida adulta, encarnados por Sterling K. Brown, Chrissy Metz y Justin Hartley. Ambos caminos nos permiten entender que el pasado es responsable de todo aquello oscuro que no nos deja avanzar en el presente, además de que rompen con los estereotipos de la familia estadounidense, al demostrar que ésta no se define por la raza, la sangre ni la apariencia.
Y es aquí donde descubrimos la clave del éxito de esta serie, aplaudida y galardonada en los Emmy y Golden Globes: This Is Us nos coloca a un lado de estos personajes mientras lidian con sus fantasmas, con sus tragedias y desventuras. Y en medio de todo, nosotros, el público, somos capaces de entender que la clave de la felicidad consiste en dominar el arte de resistir los golpes de la vida y ponerse de pie las veces que sean necesarias para ser feliz. Porque, tal y como podría traducirse el título de esta serie al español, así somos, así es la vida.
Big mouth. Adolescentes monstruosos
No es uno de los temas más populares y frecuentemente es motivo de burla… pero la pubertad es, fácilmente, uno de los momentos más difíciles en la vida de todos. Para recordarnos algunos de los momentos más incómodos y enseñarnos una que otra lección sobre esta inescapable etapa del crecimiento humano, los comediantes Nick Kroll, Andrew Goldberg, Mark Levin y Jennifer Flackett crearon Big Mouth.
La comedia animada –que transmitirá su segunda temporada por Netflix en la última parte de 2018– está centrada en dos mejores amigos y sus compañeros de secundaria, justo en ese momento de “transición”. Para acompañarlos y guiarlos a través de los cambios, los chicos y chicas son visitados por el “monstruo de la hormona”, un ser que se manifiesta como una especie de troll cachondo, irreverente y muy sensible, que “les enseña” cómo comportarse. “¡Escúchame! Quieres robarte un lápiz labial. Quieres escuchar una y otra vez a Lana Del Rey mientras le haces hoyos a tus playeras. ¡Quieres gritarle a tu mamá y reírte de sus lágrimas!”, le “aconseja” a gritos la monstruo de la hormona a Jessi, la protagonista femenina del show.
Así, a través de la comedia, chistes absurdos y la presencia del fantasma de Duke Ellington, Big Mouth logra atacar temas universales como la autoestima, la exploración sexual y las confusiones adolescentes, aunque no desde la condescendencia o la burla.
Bojack horseman. De cuando lo absurdo se vuelve lección de bienestar mental
La salud mental es un tema importante y delicado, uno que definitivamente no sería obvio explorar en una serie animada sobre un caballo humanoide. Sin embargo, si algo ha demostrado BoJack Horseman a lo largo de sus ya cuatro temporadas (este mes se estrena la quinta en Netflix) es que el absurdo hilarante puede en efecto reflexionar sobre los problemas más serios y pesados de la condición humana.
BoJack Horseman es la historia de una exestrella televisiva (un caballo alcohólico y desapegado de sus emociones) que no puede evitar autosabotear su propia búsqueda de significado en una industria y un mundo que parecen haberlo dejado atrás.
Enmarcado en el sinsentido y el humor irreverente, el programa creado por el comediante Raphael Bob-Waksberg ha lidiado con temas como el autodesprecio, el abuso maternal, la pérdida, el fracaso profesional, el aborto y los tiroteos masivos. Todo, espolvoreado con toques cómicos que van de la comedia más sofisticada, a los chistes francamente bobos y de pastelazo.
“Creo que de lo que más orgulloso me siento”, le dijo recientemente Bob-Waksberg a SlashFilm, “es de las veces en que gente me ha dicho que hablan del show con sus terapeutas. Me han dicho que el programa les da un lenguaje para identificar y articular cosas que antes no habían podido. Ese no es nuestro propósito al escribir, pero sí es algo que me enorgullece”.